Prólogo para Las voces mudas
Mil vidas
parecieran poder caber en una sola. Es lo que nos ocurre pensar luego de trabar
conocimiento con ciertos personajes históricos de corte aventurero y sufrir el
irresistible contagio del ímpetu frenético que ellos han sabido imprimir a sus
febriles existencias. César Borgia es uno de esos ejemplos de vida múltiple y
de inagotable aliento. Vistiendo la púrpura o empuñando la espada lo encontraremos
siempre nuevo y distinto sin dejar de ser el de siempre y sin faltar nunca a su
natural osado e inquieto. El escenario en el que se movió este extraordinario
personaje, cuyo impulso no fue sino el de su enorme ambición, no parece tan
vasto desde una óptica moderna. Sin embargo, al recorrerlo a su lado notaremos
cómo la geografía se expande, cómo los horizontes se atirantan y los límites
ciertos se esfuman, a tal extremo que lo anecdótico se pierde en los nebulosos
terrenos de la leyenda. No es casual, por tanto, que muchos escritores se hayan
sentido seducidos e inspirados por el héroe en cuestión y que tanta tinta se vertiera para perfilar su figura. Quizás no todos lo hayan plasmado con
pareja fortuna (esto seguramente) ni con igual comprensión del hombre a tratar.
Todo lo cual no daña al personaje; más bien por el contrario. Que haya profusos
César Borgia en la ficción (y que muchos otros permanezcan aguardando cobrar
forma en las sombras) es también un modo de hacer justicia a aquel que tantos
supo ser bajo una misma carnadura –a través de una sola y única existencia.
Próximamente en Relatos en un reloj de arena II, E-ditarx.
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